Si me lo permiten, quisiera compartir con ustedes un
sorprendente testimonio que leí no hace mucho en un libro que trataba las
historias menos conocidas de la II Guerra Mundial, y que en su momento, fué contado
por su propia protagonista, Gina Generalova; esta mujer fue una de las
supervivientes de la evacuación de Leningrado, durante el largo y brutal asedio
alemán sobre terreno de la antigua Unión Soviética (1941-1944).
Esta es su historia…
“Cuando comenzaron los bombardeos, tuvimos alarmas cada 15 o
20 minutos, y era muy duro ir a los refugios porque estaba embarazada y no
podía correr. Pensábamos que los ataques iban a terminar porque los periódicos
decían que terminaríamos con Hitler en dos meses. Pero pronto oímos en la radio
que los alemanes se acercaban a Leningrado. La gente huyó desde las ciudades
pequeñas y Leningrado terminó sobrepoblado y una gran cantidad de gente fue
evacuada hacia Siberia y otros lugares. Después los alemanes rodearon la ciudad
y ya no hubo caminos de salida en
ninguna dirección. Durante todo septiembre Leningrado fue bombardeado. Vivíamos
en un sótano con otras noventa personas. Teníamos mucho, mucho frío, sin luz ni
agua ni calefacción. EL frío era tan duro que uno no puede imaginárselo. Mi
esposo se puso muy pálido por el hambre, casi azul, ya no podía no moverse. Una
vez una mujer me dijo: -Tu hijo morirá, dale toda la comida a tu esposo y
sálvalo. Si él sobrevive podréis tener otro bebé-. Entonces le di la leche,
pero el bebé comenzó a llorar y resolví volver a darle la comida que le
pertenecía. De las cartillas de racionamiento nos daban 125 gramos de pan y una
onza de carne al mes. Además, una cucharada de cereal y aceite. ¿Quién podría
vivir con eso? La gente terminaba muy débil, algunas veces caían y no podían
pararse. Yo también me ponía cada vez más débil, me estaba muriendo.
Fotografía tomada durante el sedio nazi a Leningrado. Fuente: www.imagesahck.us |
Hacia finales de enero, la gente empezó a decir que había un
camino para salir de Leningrado. Se podía cruzar el congelado lago Ladoga, y
era el único que teníamos para atravesar el cerco enemigo que rodeaba la
ciudad. Trajeron un tren con un vagón de pasajeros que ¡hasta estaba tibio! Los
que me veían decían: -Tienes un bebé, ¿Cómo lo salvaste?-. Cuando llegamos al
lago tuvimos que esperar hasta media noche para cruzar porque los alemanes
estaban observando y podían cañonearnos. También muchos camiones repletos de
gente caían en los huecos que había en el hielo porque los alemanes
bombardeaban el lago.
Fotografía de los grupos evacuados de Leningrado. Fuente: www.batallasdeguerra.com |
Esperamos todo el día en la orilla. No sé cómo
sobrevivimos, pero cuando llegó la noche comenzamos a cruzar y estuvimos a
salvo. Mi esposo y el bebé estaban con el conductor porque mi marido estaba muy
enfermo y de un color azul. Cuando llegamos al otro lado del lago nos dieron
comida caliente y tajadas de pan. Luego nos pusieron dentro de vagones de tren
de los que se usaban para el ganado. Cuando entré al vagón comprendí que mi
bebé había muerto. Mi pequeño había muerto al
cuarto día. La gente golpeaba las puertas preguntando si había muertos en ese
vagón. Arropé a mi bebé y se lo di, pero ellos me dijeron: -Quédate con la
manta, solo queremos cuerpos desnudos-. Yo hice lo que me dijeron, besé a mi
bebé y lo puse en la pila de los cuerpos muertos. Mi esposo me dijo: -Zina
envíame al hospital, me estoy muriendo-. Entonces vino gente y se lo llevó al
hospital. Yo estaba muy débil y cansada y decidí que iría hasta nuestro
destino, que era una pequeña ciudad llamada Pyatigorsk, y luego regresaría
cuando estuviera mejor para recogerlo. Pero no lo hice. Él murió en el
hospital. La gente dice que hasta las cosas más terribles se olvidan con el
tiempo. Pero esto no lo podré olvidar. Nunca.”
Texto extraído del libro: “Historias singulares de la
segunda guerra mundial”.
Autor:
Jorge Weinberg. Editorial: Chronica.