Durante los bombardeos que realizaron los aviones del bando republicano sobre la ciudad de Palma de Mallorca en 1937, se vivieron episodios de miedo y temor, pero también hubo episodios de esperanza y golpes de fortuna...
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Uno de estos momentos afortunados, lo vivió mi abuelo paterno cuando de joven, trabajaba como pescador.
Él siempre me contaba, que un día cuando regresaba a casa después de faenar, comenzó a escuchar las sirenas de aviso de bombardeo y la gente corría a esconderse a los refugios, y él como es normal, también echó a correr.
Los sonidos de los motores se escuchaban cada vez mas cerca, y los silbidos de las bombas comenzaban a dejarse sentir en la lejanía.
Decía que trataba de correr todo lo rápido que sus pies le permitían, hasta que llegó a una zona que lindaba con un gran barrizal, pues hacia poco que había dejado de llover, y la tierra se había transformado en barro; un barro que impedía a mi abuelo cruzar hasta la otra parte del camino, y le permitiría llegar sano y salvo a casa.
Trató de caminar a través de aquel fangal, pero la profundidad que tenía la capa de agua era de más de un palmo, y caminar por allí era prácticamente imposible. Los aviones se acercaban de tal manera, que cuando se quiso dar cuenta, ya los tenía encima de donde él se encontraba.
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El silbido de una bomba que se hacía cada vez más fuerte, le hizo ver que uno de esos aviones había soltado su carga sobre él, y lo único que pudo hacer fue protegerse y esperar el impacto de aquel maldito artefacto. Los segundos se hacían eternos y el silbido se clavaba en sus oídos de manera indescriptible.
Hasta que en un segundo... CHOFFFF...!!!!!
La bomba se estrelló a gran velocidad contra el barro a unos 15 metros de donde estaba mi abuelo, que se quedó atónito esperando una explosión que jamás sucedería.
Gracias al barro, la espoleta no se activó y la bomba no hizo explosión. Las piernas temblorosas le hicieron caer al suelo, y casi entre risas y lágrimas, miraba la bomba pensando que aquella misma tarde, había vuelto a nacer...
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